Se equivocaba la leyenda. Todo este tiempo me he negado a creer que me aguardaba un lamento tan cruel. Separados Sol y Luna, girando al contrario, condenados a la más absoluta soledad. Se equivocaba. No era el Sol mi amor. Que este Rey vigile ahora las Mareas, yo he caído en el abismo de mi inevitable destino. Todo mi mundo cobra sentido, me abro paso entre tu oscuridad, único escenario de mi existencia. Me envuelves suave como notas de piano en una cama de estrellas. Retengo cada aliento de tu boca, cada hueco en tu sombra. Me susurras con tu voz melodiosa. Me abandono al delirio. Memorizo tus formas. La mitad del tiempo te tengo, la otra mitad te sueño. Desde el Crepúsculo hasta el Alba soñemos juntos. Inseparables. Amándonos con locura. Destinados a encontrarnos.

Tú la Noche, yo la Luna.

13 de enero de 2013

Pecado Capital


“Un campo oscuro te ha venido acompañando a lo largo de tu existencia”, me dijo un brujo hace un tiempo. No tenía ni idea de a qué se refería por supuesto. Aseguraba que a menudo me lanzaban males de ojo, pero que pocos de ellos habían logrado penetrar en lo que vino a llamar mi luz positiva. Es decir, a mayor indiferencia y optimismo ante dichos males por mi parte, menor éxito el de mis lanzadoras enemigas (así es, descarto por completo el género masculino). Me dijo que serían necesarias al menos tres limpiezas para eliminar tanta maldición. No asistí a ninguna. Pero me hizo pensar. 

Todos los episodios aislados a lo largo de mi vida, con frecuencia inexplicables,  que me habían producido  desengaño con una amiga tenían ahora la misma raíz. Y entonces lo entendí.  Desde la tontería más ínfima, hasta la traición más grande. Lo supe. Supe por qué lo hiciste, supe que debía perdonarte y supe por qué me costó tan poco tiempo olvidarte.

Dicen que las cicatrices son buenas, nos recuerdan la herida y nos previenen de un peligro similar. Ahora detecto los síntomas de la traición con cierto adelanto. Sobre todo después de relacionarme con un grupo de viborillas, todo un máster en “La calumnia, la maldad y otras formas de envenenar.” Si fuerais bellas seríais súcubos.

En la Edad Media se os demonizó acuñándoos el apodo de Leviatán. Los griegos temían vuestra maldición y para librar a sus hijos del mal de ojo tomaban con el dedo el cieno que había en el fondo de los baños y señalaban sus tiernas frentes. Los  romanos os igualaban a las anguilas. La psicología actual os define como psiquiátricamente enfermas y, por encima de todo, sois absolutamente infelices.  

Padecéis el mal de la Envidia. Significa “el que no ve con buen ojo”. Los griegos la divinizaron porque en su lengua phlohnos es masculino. Se representa esta deidad bajo la forma de un viejo espectro femenino con la cabeza ceñida de culebras, los ojos fieros y hundidos, el color lívido, una flaqueza horrible, con serpientes en las manos y otra que le roe el seno.

La Envidia es considerada un pecado capital porque genera otros vicios. El término "capital" no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros. Engendra y alimenta, entre otros, la calumnia.

Según el Médico Psiquiatra Saúl F. Salischiker “la persona envidiosa se obsesiona, deja de vivir por estar pendiente de la vida de otra, de su entorno, y siente agobio por cada uno de sus triunfos, demostrando signos graves de inferioridad”.

Lo más triste de todo es que no entendéis que los logros de otros no impiden los vuestros y que, si conseguís algo, vuestra satisfacción depende de que todo el mundo, en especial aquellas a quiénes odiáis/envidiáis, lo sepan, porque os creéis que nos importa. De no ser así, carecen de valor.

En palabras del psicoterapeuta y escritor José Luis Cano Gil  “La envidia es un sentimiento de frustración insoportable. El envidioso es un insatisfecho que, a menudo, no sabe que lo es. Así, en vez de aceptar sus carencias o percatarse de sus deseos y facultades y darles curso, el envidioso odia y desearía destruir a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación. Por eso la envidia es una defensa típica de las personas más débiles, acomplejadas o fracasadas.”

A las que cayeron, siento que vuestra felicidad dependiera de arrebatarme la mía. A las que siguen en pie, bueno, estoy avisada y escarmentada, por muy buena que sea vuestra amistad nunca estaré segura de que no os pasaréis  a las filas del campo oscuro.

            “Antes perderá el cuerpo su sombra que la virtud su envidia”
                                                                  Leonardo Da Vinci

1 comentario:

  1. lacuadraturadelcírculo17 de febrero de 2013, 21:08

    Inderribable por naturaleza y súcubo esporádico. Adelante aiempre ángel de cabello de oro.

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