Temo que llegue la noche desde que abro los ojos con la
primera luz. La pasada no ha sido del todo mala, conseguí mantenerme despierta
hasta bien entrada la madrugada. A ver qué me aguarda ésta vez. Me meto en la
cama y abro el libro por donde lo dejé. Tengo que ir a la página anterior
porque lo último que leí lo hice dormida. Maravilla de libros, en un instante
cruzo a otra dimensión. Esta vez a un mundo de espadas, reinos y dragones. Al
fin respiro, aliviada. Al cabo de unas horas evitar el sueño se hace imposible,
el libro cae sobre mi pecho y quedo de nuevo, vulnerable e indefensa, a tu
merced...
***
Estoy tumbada
bocabajo, con la cara encajada en el agujero de la camilla de masaje. Las
mandíbulas apretadas. Las melodías de piano envuelven la habitación oscura,
danzando con las esencias de rosa y jazmín del aceite que recorre mi espalda. Pero este ritual es ya
cualquier cosa menos relajante. Intento escuchar cada nota, concentrarme en mi
respiración. “Inhalar. Aguantar tres segundos visualizando la lesión y exhalar
lentamente llevando el aire hacia la misma. Repetir hasta que disminuya el
dolor”. El punto más doloroso no tarda más de tres repeticiones en desaparecer.
Nueve segundos. Me ilusiono imaginando cómo sería aplicar esta técnica a otro
tipo de dolor, (inhalar) concentrarse en un recuerdo, (aguantar) ahogarlo con
respiraciones hasta que deje de doler (exhalar).
Sin darme cuenta
pierdo el hilo de la respiración, me
abandonan las fuerzas y te apoderas de mí, proyectando las mismas visiones una
y otra vez en las paredes de mi mente.
Y es entonces cuando aparecen, irrumpen
revoloteando como cientos de cuervos chocando entre sí, espantados por mis
quejidos. No puedo coger aire, mucho menos aguantarlo ni un segundo. No puedo
abrir los ojos, derraman lágrimas que no producen desahogo y me condenas a mirar esas escenas, nuevas
imágenes, aunque de una historia más que repetida. No puedo sentir las manos
cálidas sobre mi piel, sólo el roce de sus alas negras. No puedo oír la música,
sólo su aleteo y sus graznidos ensordecedores.
Parece que se alegran de verme
por fin y me saludan a picotazos.
***
Despierto en medio del silencio y la oscuridad, helada y
dolorida. Intento moverme pero el cuerpo entumecido no responde. Parpadeo,
tengo las pestañas húmedas y un profundo
dolor de ojos. Otra vez, otra noche más,
te vuelves en mi contra. Tú, mi mente, mi conciencia, mi memoria, quien seas, eres
la responsable de este tormento y a la
vez la única que puede salvarme de él, ¿por qué me sometes a esto cada noche? Alargando el dolor… impidiendo el olvido. Aprovechando
mis sueños, su sonrisa, mis puntos débiles, sus manías…
El tiempo está de mi parte en este mundo, esperaré tranquila
tu bandada de recuerdos y les haré exhalar el último graznido hacia la muerte
en menos de nueve segundos.