“Un campo oscuro te ha
venido acompañando a lo largo de tu existencia”, me dijo un brujo hace un
tiempo. No tenía ni idea de a qué se refería por supuesto. Aseguraba que a
menudo me lanzaban males de ojo, pero que pocos de ellos habían logrado
penetrar en lo que vino a llamar mi luz
positiva. Es decir, a mayor indiferencia y optimismo ante dichos males por
mi parte, menor éxito el de mis lanzadoras enemigas (así es, descarto por
completo el género masculino). Me dijo que serían necesarias al menos tres limpiezas
para eliminar tanta maldición. No asistí a ninguna. Pero me hizo pensar.
Todos los
episodios aislados a lo largo de mi vida, con frecuencia inexplicables, que me habían producido desengaño con una amiga tenían ahora la misma raíz. Y entonces lo entendí. Desde la tontería más ínfima, hasta la
traición más grande. Lo supe. Supe por qué lo hiciste, supe que debía
perdonarte y supe por qué me costó tan poco tiempo olvidarte.
Dicen que las cicatrices son buenas, nos recuerdan la herida
y nos previenen de un peligro similar. Ahora detecto los síntomas de la
traición con cierto adelanto. Sobre todo después de relacionarme con un grupo de viborillas, todo un máster en “La calumnia, la maldad y otras
formas de envenenar.” Si fuerais bellas seríais súcubos.
En la Edad Media se os demonizó acuñándoos el apodo de
Leviatán. Los griegos temían vuestra maldición y para librar a sus
hijos del mal de ojo tomaban con el dedo el cieno que había en el fondo de los
baños y señalaban sus tiernas frentes. Los romanos os igualaban a las anguilas. La
psicología actual os define como psiquiátricamente
enfermas y, por encima de todo, sois absolutamente infelices.
Padecéis el mal de la Envidia.
Significa “el que no ve con buen ojo”. Los griegos la divinizaron porque en
su lengua phlohnos es masculino. Se representa esta deidad
bajo la forma de un viejo espectro femenino con la cabeza ceñida de culebras,
los ojos fieros y hundidos, el color lívido, una flaqueza horrible, con serpientes
en las manos y otra que le roe el seno.
La Envidia es considerada un pecado capital
porque genera otros vicios. El término "capital" no se refiere a la
magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros. Engendra y alimenta, entre
otros, la calumnia.
Según el Médico Psiquiatra Saúl F.
Salischiker “la persona envidiosa se obsesiona, deja de vivir por estar
pendiente de la vida de otra, de su entorno, y siente agobio por cada uno de sus
triunfos, demostrando signos graves de inferioridad”.
Lo más triste de todo es que no
entendéis que los logros de otros no impiden los vuestros y que, si conseguís
algo, vuestra satisfacción depende de que todo el mundo, en especial aquellas a
quiénes odiáis/envidiáis, lo sepan, porque os creéis que nos importa. De no ser
así, carecen de valor.
En palabras del psicoterapeuta y escritor
José Luis Cano Gil “La envidia es un sentimiento de frustración
insoportable. El envidioso es un insatisfecho que, a menudo, no sabe que lo
es. Así, en vez de aceptar sus carencias o percatarse
de sus deseos y facultades y darles curso, el envidioso odia y desearía
destruir a toda persona que, como un espejo, le recuerda su privación. Por eso
la envidia es una defensa típica de las personas más débiles, acomplejadas o
fracasadas.”
A las que cayeron, siento que vuestra felicidad dependiera
de arrebatarme la mía. A las que siguen en pie, bueno, estoy avisada y
escarmentada, por muy buena que sea vuestra amistad nunca estaré segura de que
no os pasaréis a las filas del campo
oscuro.
“Antes
perderá el cuerpo su sombra que la virtud su envidia”
Leonardo Da Vinci